Bibliomancia y Astragalomancia en la Antigüedad y la Edad Media.
Cuando pensamos en bibliomancia, automáticamente nos viene a la mente abrir un libro y leer el primer párrafo con el que nos encontremos, tratando de encontrar respuestas en esas palabras que nos ha ofrecido el azar. A grandes rasgos, en eso consiste la bibliomancia, la adivinación por los libros, pero hay una serie de características que históricamente han dado forma a este tipo de adivinación, que sobre todo fue popular en la Antigüedad tardía y en la Alta Edad Media.
Antes de comenzar merece la pena recordar que "biblio", gr. libro, no hace referencia exclusivamente al formato de libros encuadernado o códice (codex). También hace referencia a escritos en papiro, pergamino, o cualquier soporte susceptible de ser considerado parte de una obra escrita.
La característica principal de la bibliomancia es que el texto utilizado debe tener valor religioso o social como para poder considerarse una obra profética. En la Antigua Grecia estaban las obras de Homero, en la Antigua Roma los Libros Sibilinos o la Eneida de Virgilio, etc. La lectura de un verso aislado, sumado al lenguaje utilizado, complejo y a veces oscuro, da paso a una variedad de interpretaciones tanto del que pregunta como del adivino o sacerdote que poseía tanto la obra como la capacidad de leerla.
Cicerón y otros autores latinos comentan que los Libros Sibilinos, escritos mayoritariamente en griego, tenían juegos de palabras y acrósticos intencionados.
También existían los métodos en los que los versos se escribían en trozos de piedra, madera, cuero, etc, y el consultante o un ayudante del oráculo sacaban el trozo con el verso que revelaría la respuesta. Hay ejemplos como el Oráculo de Cremna donde incluso los versos estaban escritos en los pedestales de los dioses o los muros de los templos, y el consultante lo que hacía era tirar un dado, leyendo el correspondiente número. Muy parecido al sistema del dado de cristal de Bohemia que vimos en este blog, los juegos de tablero se daban fácilmente al azar y por lo tanto a la adivinación. En Babilonia y en Grecia utilizaban las tabas (astrágaloi) es decir, vértebras o huesecillos de animales como ovejas, que, dependiendo de cómo caían, se interpretaban de una u otra forma. A menudo en los juegos de azar se les asignaban números, y este sistema es el que siguió en los oráculos. Tenemos vestigios en el Templo de Afrodita Urania en Atenas, en el ya mencionado oráculo de Cremna en la actual Turquía, el oráculo de Termesos, etc.
Los romanos no usaron demasiado las tabas, ya que tenían dados (tesserae), pero sí se hicieron eco de este tipo de oráculos, así como de consultar las obras escritas. Cuando se realizaban consultas de este tipo, se denominaban "sortes" (suertes). Así, encontramos las Sortes Homericae o las Sortes Virgilianae, si los textos eran de Homero o de Virgilio, y también las Sortes Praenestinae, es decir, del oráculo de la ciudad de Praeneste.
Este tipo de consultas eran tan frecuentes que continuaron a pesar del avance del cristianismo, que condenaba la adivinación, e incluso desarrollaron oráculos a partir de éstos, o siguiendo este modelo. Por ejemplo, las Sortes Astrampsychi eran un oráculo grecorromano atribuido al mago persa (o egipcio) Astrámpsychus. En este oráculo se realizaba la pregunta primero, se le asignaba un número, y luego "la divinidad" añadía otro número, y ambos se unían para buscar la respuesta numerada en el texto. Sabemos d esu popularidad y continuidad porque poseemos papiros en los que se conserva íntegro desde el S.VI en adelante, e incluso en época bizantina no se destruyó, sino que se modificó con referencias cristianas para que continuara en uso.
En la propia Biblia encontramos ejemplos donde se hace uso del azar como herramienta de adivinar: por ejemplo, en Samuel 1,14, el rey Saúl hace uso de la adivinación por dados para averiguar quién es el traidor. También tenemos los ejemplos del Urim y el Thummim, dos herramientas que tenía el Sumo Sacerdote, y que tenían diferentes significados según cayeran del derecho o del revés.
Sin embargo, la reacción cristiana principal era el rechazo a esta práctica. Lo vemos en Agustín de Hipona (S.V.) -aunque él mismo reconoce que consultó la Biblia así una vez - y a nivel jerárquico, tenemos el concilo de Angers (459), o el propio Carlomagno, que condenaba el uso en sus promulgas del año 789. Volvemos a encontrar una ironía cristiana, pues, quienes podían hacer uso de bibliomancia y astragalomancia eran precisamente los religiosos y nobles, que eran los que sabían leer latín, griego o hebreo.
Del S.VI tenemos el llamado Evangelio de las Suertes (o Sorteos) de María. Se trata de un diminuto códice copto de apenas 7'5c x 6'7cm, que contiene 37 respuestas a preguntas de tipo bibliomántico o astragalomántico. Es probable que existieran versiones anteriores escritas e griego. Sus hijas desgastadas dan cuenta de su uso. Su reducido tamaño lo hacía fácil de esconder. Muchos de sus textos son prácticamente devocionarios, pero los que no, automáticamente hacen pensar en bibliomancia. Por ejemplo, no es lo mismo un texto que anime a confiar en el plan divino, que uno que te diga que tienes un enemigo y tu vida corre peligro.
Del S.X-XII tenemos las Sortes Sanctorum, famosísimas ya con anterioridad, pues eran unos de los textos más mencionados en las condenas de bibliomancia. Este texto inicia diciendo que nunca falla ni miente, y que para consultarlo se debe ayunar con agua y pan tres días, y al tercer día asistir a misa y comulgar, antes de realizar la consulta. De esta forma pretende confirmar que se trata de un ritual cristiano aceptable, si bien aún así fue perseguido. A diferencia del Evangelio de las Suertes de María, aquí está claro que todos los textos son respuestas, si bien algunas son simplemente positivas/negativas, y otras tienen más juegos de palabras o metáforas. Además, en varios manuscritos pueden verse claramente las combinaciones de números que harían referencia a resultados de dados. Por tanto, una vez más bibliomancia y astragalomancia se unen.
De la misma época tenemos el Sortes Monacenses, si bien éste está claramente destinado a un uso con tres dados, dadas las posibles combinaciones.
También hay referencias a Sortes Apostolorum (no confundir con Sortes Apostolicae) y Sortes Biblicae, que hacen referencia a bibliomancia abriendo al azar la Biblia o los Evangelios, o libros concretos, como los Salmos, que dan más pie a una selección concreta. Sabemos también que en la Edad Media Europea se seguían consultando las obras de Virgilio y Homero como medio de adivinación.
Algunas obras de bibliomancia son especialmente atractivas. El Losbuch gereimt (Libro de Suertes rimado) es un manuscrito conservado en la Universidad de Heidelberg, Alemania, donde podemos ver que hay incluso "tablas" o ilustraciones donde dejar caer el dedo o los dados. Otro códice de la misma universidad, el Sandkunst der 16 Richter (Libro de las arenas de los 16 Jueces), va más allá y convierte la compleja geomancia (la adivinanza con guijarros sobre arena y formas pares/nones, véase artículo) en una tabla con todas las combinaciones en un casillero, para que con una indicación al azar se pueda tener ya la forma que interpretar.
Mientras tanto, en el mundo árabe el Corán tuvo también sus consultas biblománticas, como libro sagrado. Igual que en la bibliomancia cristiana, era necesaria una purificación previa, en este caso lo habitual eran abluciones y oraciones.
Destacan sobre todo las Falnamas, más populares a partir del S.XIV, sobre todo en Asia y el subcontinente indio. Las Falnamas (en persa, libro de adivinación), eran unos cuadros, ilustraciones e instrucciones añadidos en la parte final del Corán. Los cuadrados, matemáticos y mágicos como acostumbra la cultura esotérica musulmana, indicaban qué sura, línea y/o palabra debían leerse de aquella página del Corán que se hubiera abierto al azar.
Los modelos con ilustraciones, normalmente encargados por familias adineradas de las zonas persas, donde no se prohibía la representación humana, remitían también a la observación de ilustraciones concretas de ciertos episodios para profundizar en el significado de la predicción.
Pero hubo otros libros que por su valor religioso o poético acabaron siendo usados también como adivinación. Es el caso de la obra Divān, del poeta persa Hafez. Sus casi quinientos poemas dieron pie a la bibliomancia, dada su variedad.
Los Mathnawī, por su parte, siempre han tenido mucha popularidad en las facetas más místicas del islam, sobre todo en el Sufismo. Este tipo de poemas, que condensan ideas en apenas una o dos líneas rítmicas, requieren unos conocimientos profundos de teología y esoterismo islámico, tradiciones, cuentos, filosofía, etc., que reducen notablemente los potenciales consultantes.
Ya que nos hemos alejado de Europa, en Asia, entre la astragalomancia y la bibliomancia (o rapsodomancia, por ser poemas), encontraríamos también el famoso I Ching. Por su gran carga filosófica, al principio era usado a modo bibliomántico señalando o escogiendo pasajes al azar, así como se interpretaban los patrones de los caparazones de tortuga para hacer la selección. A partir del S.XI se empiezan a registrar los patrones de consulta de tres monedas o piezas de cada y cruz para hacer las combinaciones de los hexagramas, la forma más conocida. Este tipo de oráculos se denominan Qiuwen, aunque hoy día hacen referencia sobre todo a consultas de la Biblia cristiana.
Pietro V. Carracedo Ahumada - pietrocarracedo@gmail.com
Bibliografía:
-Farhad, M.; Baǧci, S. Falnama: the book of omens. Thames & Hudson. 2009
-Kieckhefer, Richard. Magic in the Middle Ages. Cambridge University Press, 2004.
-Meyer, Marvin, et al. Ancient Christian Magic: Coptic Texts of Ritual Power. Princeton University Press, 1999.
-Wiśniewski 2016 Robert Wiśniewski, Pagans, Jews, Christian, and a Type of Book Divination in Late Antiquity, in: Journal of Early Christian Studies 24 (2016), p. 553– 568.
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