Magia medieval judía (II). Amuletos, rituales, adivinación.

20.02.2023

El uso de los minerales fue prolífico en la Edad Media entre todas las capas sociales y las tres grandes culturas. Tanto los musulmanes como los cristianos (v. Lapidario de Alfonso X) reconocían las propiedades mágicas de los minerales y les asignaban campos de acción. El judaísmo no era menos, y, después de todo, el uso de un amuleto mineral no podía, en ningún caso, ser considerado idolatría. Según algunos estudiosos, la tradición de los minerales en el judaísmo tiene su origen y "poder" en las piedras del pectoral del Sumo Sacerdote de Jerusalén. Las piedras se asociaban a los patriarcas de las Doce Tribus de Israel, otorgando sus características a la piedra en cuestión. Sin embargo, a lo largo de los textos bíblicos aparecen múltiples referencias a estas piedras y a otras con menciones de sus propiedades o simbolismos, por lo que establecer un inicio de tradición en el pectoral no resulta tan evidente, antes bien, las piedras de dicho pectoral habrían sido utilizadas por simbolismos y motivos concretos.

Muchos de estos amuletos eran utilizados con fines medicinales, cuando se colocaban en las zonas afectadas por heridas o enfermedades, o cuando su forma era la del miembro enfermo: un pie, un torso, una oreja... Se creía, por ejemplo, que sostener una piedra imán durante el parto, facilitaba el mismo. Se hacía uso también de la hematites y de la piedra de sangre, así como de los llamados amuletos uterinos, hystera (útero en griego), grabados en dichas piedras. Para otras curaciones se realizaban sahumerios con alquitrán, o se vertía agua o vinagre sobre piedras incandescentes. Si en la piedra se encontraban tallados o inscritos nombres divinos, entonces se convertían en verdaderos talismanes que guardar para el momento oportuno o que llevar encima como una pieza más de joyería.

Por supuesto había amuletos de valor propio, como la hamsa o jamsa, también conocida como Mano de Fátima o Mano de Miriam, otro de los elementos que, compartido por los judíos y los árabes -el origen de la hamsa se sitúa en las zonas cartagineses de norte de África, ya testimoniada en el S.VIII a.n.e. como posible símbolo de la diosa Tanit, por lo que ya era conocida con anterioridad por los pueblos de África y Medio Oriente -, se populizará en su forma amulética, tanto para ser portada como joyería como para decoración - protección del hogar. Los amuletos con el hexagrama o Estrella de David , y con el Pentagrama o Sello de Salomón, gozaban de popularidad entre los eruditos, pero no tanto entre el pueblo, para quienes era un símbolo de poder y autoridad frente a los demonios. Sin embargo, estos sellos serán los principales que entrarán de lleno en el mundo de la magia occidental. Su combinación con letras y palabras hebreas será el testimonio principal de muchos grimorios medievales, aunque también se vincularán con la invocación demoníaca "protegida", aunque muchas de las invocaciones sean realmente angelicales. Objetos comunes podían volverse amuletos con relativa facilidad. Las monedas también eran fuente de superstición. Así, se creía que una moneda que tuviera un buen destino fijado (un regalo, la caridad, etcétera) podía convertirse en un amuleto de protección hasta que se cumpliera dicho objetivo positivo. Igualmente, las monedas destinadas a fines malvados (o que habían pertenecido a malas personas), podían acarrear consecuencias nefastas a sus ignorantes poseedores.


Las partes de animales eran tenidas por buenos amuletos, sobre todo los dientes, protectores de enemigos y sanadores de otros males, como las pesadillas. También otros miembros, como patas o cuernos, según el poder que se les atribuyera tradicionalmente (tal y como ya estaba extendido en occidente con la pata de conejo, por ejemplo, hasta nuestros días).

La noche siempre era un momento en que había que protegerse especialmente. Conocemos distintas canciones y oraciones populares contra los demonios nocturnos, y concretamente contra Lilith, quién atacaba a niños y mujeres encinta. También había talismanes para proteger el hogar y conjuros propiamente dichos contra estas entidades. El salmo 121-5 era especialmente recurrente contra los demonios de la noche y por supuesto su jefa, Lilith. Entre los minerales utilizados para proteger a los infantes se encontraban el coral, el carbón y la sal. La amatista también se consideraba protectora contra los demonios y los enemigos en general.

Para proteger el hogar día y noche de estos espíritus rondadores, durante algún tiempo de la Alta Edad Media se hizo uso de una tradición oriental extendida, los llamados cuencos arameos. Cuencos en cuyo interior se escribían distintos textos sagrados y conjuros contra entidades malignas, que a veces también se dibujaban, y que se enterraban boca abajo en los lugares en los que dichos entes solían rondar, véase, en los umbrales de las casas o en zonas de paso y/o afluencia. Los seres malignos quedaban atrapados en la "'cúpula". 



Si bien, como pudo verse en el artículo anterior, en el mundo medicinal los textos bíblicos eran preferentes, conjuntamente se utilizaban otros elementos auxiliares. Tenemos la curación, además de mediante amuletos y minerales ya mencionados, utilizando agua, aceites y barro, pero no uno cualquiera, sino procedente de la tierra de la tumba de un hombre santo, o de un lugar considerado santuario o virgen. Estos tres elementos tenían valores no sólo curativos, sino también religiosos. Era común también utilizar "cintas" que, midiendo las partes del cuerpo, identificaban la dolencia, a la cual debían seguir recitaciones.

Por otro lado, conocemos que la orina, los clavos o la cuerda de un ahorcado o condenado también eran considerados elementos de un poder mágico, a veces también positivo. Por ejemplo, los clavos eran considerados buenos antiinflamatorios, y se pensaba que los dientes de un criminal muerto eran capaces de liberar a los vivos de las maldiciones.

Entre las enfermedades se contaban, por supuesto, los males de ojo, la mala suerte, y las afecciones desconocidas. Para eliminar el mal de ojo, por ejemplo, debía buscarse la intervención de un rabino o simplemente de un experto en la materia. En cualquier caso, parece que la forma más habitual era la recitación de los Salmos y la limpieza del aojado mediante agua bendecida y ritualizada de alguna manera. A la par podía realizarse la sanación con el barro (que debía ser un barro puro o santo), y con el agua -había también prescripciones acerca de su pureza (agua nueva), o su tiempo (el agua debía prepararse, dejándose unas noches a la luz de la luna, mezclada con sal, o con especias)

Como no podía ser de otro modo, la herbología mágica también tiene su hueco en el mundo hebreo. Ya hemos mencionado la ruda como ahuyentadora de demonios, probablemente por su fuerte aroma, y el Hipérico o Hierba de San Juan era utilizada con el mismo fin. La cola de caballo era admirada por sus propiedades antiinflamatorias, aunque, como tantas otras hierbas, llevarla al cuello también "servía". Llevar colgadas hierbas y otros materiales, o atados a la parte del cuerpo necesaria, eran prescripciones médicas frecuentes, que se encuentran incluso en textos médicos como el Sefer ha-Nisyonot, Libro de las experiencias médicas atribuido a Abraham Ibn Ezra, o el Sefer ahabat nashim, conocido como Libro de las mujeres. En estas obras encontramos recomendaciones para un buen embarazo como las que siguen:

<< Toma cera de abeja y amásala con leche de yegua. Después envuélvela en piel de gacela y cíñela al vientre, quitándola en el momento de dar a luz.>>

Aún en la actualidad, el séptimo día de la festividad de los Tabernáculos (Sukkot), se usan ramas de palma, un limón etrog, ramas de sauce y ramas de mirto, y se crea con ellos un ramo que se agita en las cuatro direcciones, que aunque se ha relacionado con el texto del Levítico:

"Tomad ramas de árboles frondosos (...) y regocijaos ante el Señor", Lev.23:40

, parece tener orígenes previos en relación con festividades de la cosecha e invocaciones de lluvia. Estas plantas tenían valores religiosos, mágicos y médicos mucho antes, ya que el sauce, por ejemplo, contiene el ácido salicílico tan común en los antiinflamatorios y analgésicos. Los limones etrog, por su parte, se consideran benditos y requieren una gran pureza alejada de la hibridación con otras especies, y se cree que sirven para facilitar los partos, así como se utiliza para fragancias especiales y licores.

La mandrágora, planta mágica medieval por excelencia, era usada entre los judíos sobre todo con fines amorosos, aunque en testimonios de acusaciones de brujería, la mandrágora aparece también como un pequeño "ídolo" al que alimentar a cambio de una petición. Es probable, no obstante, que en dichas acusaciones se buscase acusar tanto de brujería como de idolatría.

Dentro de la magia curativa encontramos un sistema adivinatorio que era mirado con recelo pero realmente usado con frecuencia: las gotillas. Este sistema consistía, básicamente, en echar agua en una escudilla o tazón pequeño y después añadir gotas de algún líquido que no se pudiera mezclar, por ejemplo, plomo derretido, cera o aceite. También podían echarse granos de cereal o semillas. El tazón se colocaba sobre el enfermo y el mago-médico interpretaba las formas que el líquido producía. Después, "capturaba" el mal en el tazón y se deshacía de él y de su contenido.
Existían otras tradiciones judías que se llevaban realizando tiempo atrás y se habían adoptado como propias, pese a poderse categorizar como magia. Asimismo, poco a poco tomaban elementos de todas las culturas colindantes. Por ejemplo, la shemirá o noche de vela. La noche antes de circuncidar al bebé varón (la séptima noche de vida del bebé, pues se le circuncidaba al octavo día), se le sumergía en agua con variados elementos que le protegerían del mal de ojo y le atraerían suerte en su vida. Entre estos elementos se encontraban ciertas hierbas y semillas, como la ruda o el trigo, así como joyas de oro, plata, minerales y aceites.

No debe olvidarse que la astrología jugaba un papel importante en la asociación de minerales y plantas con los movimientos celestes, así como los seres vivos, lo que se conoce como melotesia. Pese a críticas como la de Maimónides, lo cierto es que la astrología formaba parte de la cultura de la época y era prácticamente imposible deslindar sus influencias del pensamiento general. La astrología estaba intrínsecamente unida a la medicina, por lo que es común ver representaciones de plantes o ángeles astrológicos en los amuletos de piedra o pergamino, así como los elementos y los signos zodiacales. Su posición en el cielo determinaba un buen viaje, un buen matrimonio, el momento propicio para un embarazo o una operación. Más que un sistema de adivinación, era un sistema de conocimiento del entorno y prevención. Sin embargo, la astrología era tenida en cuenta también para estudios fisiológicos, ya que cada signo y planeta afectaban a una parte concreta del cuerpo. Por citar un ejemplo, era muy reconocido, incluso por gente de ciencia como Nahmánides y Arnau de Vilanova, un talismán de oro en el que se representaba un león, en alusión al signo de Leo, y cuya función era el tratamiento médico de los riñones.

Las invocaciones con ángeles, siempre que éstas no se enmarcasen en el ambiente estudioso y místico de la cábala, podían ser miradas con recelo por algunos religiosos y filósofos, como era el caso, una vez más, de Maimónides. Los ángeles debían ser considerados simples mensajeros, pero en los amuletos y hechizos, no se solicita su intercesión, sino su actuación, lo que podía implicar idolatría. La cábala, con todo, tampoco era aceptada por todos los sectores, pero fue clave para el uso ya visto en la primera parte de este artículo de los nombres ocultos de Dios, así como posteriores conexiones con la divinidad a través de la unión extática, obtenida a través de la meditación, el trance, la música...

Respecto de la adivinación tal y como la conocemos hoy en día, se practicaban con mayor frecuencia la quiromancia, la oniromancia y la bibliomancia, es decir, la interpretación de las líneas de la mano, de los sueños, y la apertura de los libros sagrados al azar, para conocer un mensaje divino. Los estudios sobre quiromancia se centraban igualmente en enfermedades y eventos traumáticos como viajes, exilios, condenas... Algo que resultaba útil también para conocer la buena o mala fortuna de un matrimonio o un socio. En cuanto a la oniromancia, debía tenerse en cuenta que los mensajes recibidos podían ser enviados tanto por Dios como por los demonios, por lo que debía acudirse a un experto, y en caso de haber recibido un mal presagio, o despertar recordando versículos sagrados de carácter negativo, era preferible la purificación y el ayuno. En cuanto a la bibliomancia, el primer versículo en leerse determinaba la respuesta divina.

Los hechizos homeopáticos o de ligadura cumplen las mismas premisas que en el resto de culturas. Coger pelo o semen, o cualquier otra cosa del cuerpo de la persona a hechizar, y mezclarlo con el resto de ingredientes mágicos en la masa de una figura, o en una pócima, o guardarlo en una caja o bolsita. Aquellos hechizos que hemos conservado son sobre todo ligaduras amorosas, condenadas sobre todo en el caso de estar practicadas por mujeres, ya que causaban "limitaciones sexuales" en los hombres.

Un hechizo conocido consiste en vaciar un huevo a través de un pequeño agujero hecho con una aguja, y después rellenarlo con la sangre mezclada de los dos futuros amantes. También aquí hay hechizos escritos, donde se usaba sangre de aves blancas y sus plumas para conseguir enamoramientos. También se escribía con tinta, barro o sangre en una tela o recipiente, y las letras se borraban aún frescas echándoles agua. Este agua debía beberla después la persona a la que se quería hechizar. Recordemos que en los hechizos homeopáticos, el contacto, real o no, es clave. Pisar la huella del enamorado o beber de su mismo vaso, era un mecanismo sencillo para "atar" a la otra persona. Con todo, también se conservan figurillas de barro o cera que simbolizan hombres o mujeres con manos atadas, de clara función de atadura mágica erótica.

Por cuanto los amuletos o los hechizos puntuales no podían competir, a nivel jerárquico, con la religión, no suponía ninguna amenaza, y solamente se realizaban pequeñas amonestaciones, con la ya indicada excepción del incienso, dado que su uso era compartido por las Tres grandes religiones, además del recuerdo de su uso por los paganos, y se consideraba que encenderlo en el hogar a título particular podía ser idolátrico o mágico, realizando alguna petición o usándolo para purificar o proteger el hogar, en lugar de como ofrenda.

Pietro V. Carracedo Ahumada - pietrocarracedo@gmail.com

Bibliografía:
-Shah, Idries. Magia oriental. Ed. La Llave, 2019
- Cantera Montenegro, Los judíos y las ciencias ocultas en la España medieval. En la España medieval, 2002 (25), pp. 47-83.
- Caballero Navas, C; El saber y la práctica de la magia en el judaísmo hispano medieval. Clio & Crimen: Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango. 2011. 


Artículos relacionados:

> Magia medieval judía (I): Contexto y escritura sagrada

> Historia del Ocultismo (II): La Edad Media

> El lapidario de Alfonso X el Sabio. Minerales y Astrología en el medievo hispano. 


Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.