Cábala judía: una introducción

12.09.2019

La cábala es una disciplina de conocimientos metafísicos, religiosos, filosóficos y esotéricos. La cábala hebrea, donde qabbaláh (קַבָּלָה ) significa literalmente tradición, es la madre de todos los sistemas cabalísticos posteriores, ya que existen muchos tipos de cábala que, además, han ido alterándose con el paso del tiempo y la evolución cultural, y con ella sus métodos y finalidades.

El objetivo de la cábala judía es descubrir la forma de unión del universo imperfecto con Dios, o con la existencia perfecta, infinita e inmutable. Esta interrelación del mundo ofrece una visión mística de la existencia, aunque sobre la base de la religión del pueblo judío. Más concretamente, la cábala hebrea buscaba descubrir el sentido más profundo y secreto de la vinculación cósmica a través de la Torá oral (Mishná) y la Torá escrita (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), y la extensa literatura rabínica, reunida bajo el nombre de Talmud, a través de distintos métodos, para entender una relación vinculada de la existencia del universo en relación plena con la propia existencia divina, de manera espejada. De esta manera, también las experiencias místicas estarán indiscutiblemente unidas al proceso histórico de la comunidad judía.

Existe una pequeña pugna entre los místicos y la autoridad religiosa, que se encuentra, de hecho, en los mismos textos. Los textos pueden ser interpretados y reinterpretados, se dice de ellos que poseen "seis mil rostros". Esta multiplicidad de sentido es uno de los principios de la cábala. Pero al mismo tiempo, el místico cabalístico sólo tiene visiones y señales de la tradición judía, como ocurre con los místicos de cualquier otra religión, que sólo vislumbran cosas de aquello en lo que creen, o mejor dicho, de la cultura de la que forman parte. Por ello no es de extrañar que la propia cábala, por su interés, derivase en otras vertientes, como la cristiana, o la esotérica occidental. Y de esta forma, también se abren puertas para un estudio abierto de la cábala, no cerrado a una comunidad religiosa ni a místicos pertenecientes a la misma. Por ello encontramos apuntes de cábala en Pico della Mirandola (S.XV) y en Crowley (S.XX)

Los orígenes de la cábala hebrea suelen situarse en torno al S.XI, en Europa. Sin embargo, se pueden ver sus raíces en el esoterismo notable en ciertos pasajes talmúdicos donde se habla de muerte y renacimiento de manera iniciática. En el sur de Francia aparece el Bahir, un texto de apenas cuarenta páginas con explicaciones inconexas de pasajes bíblicos y cuestiones teosóficas, rechazado por muchos por sus exposiciones abiertas acerca de la naturaleza y el plan de Dios. Entorno a estas descripciones hubo polémica en la época medieval e incluso en la actualidad, ya que, puesto que Dios aparece como ente completo que "se divide" en sus creaciones, muchos, entre ellos Rubin (1893) tildan a los cabalistas de disimulados politeístas. En este texto se hablaba de middot, las virtudes o potencias divinas.

En el S.XIII aparece la obra que supone el pilar central de la tradición cabalística, el Libro del Esplendor o Zohar, pseudoepigráfico del rabí Moisés de León (1240-1305) quien atribuía su conocimiento a un rabino del S.II, Simon ben Yojai. El Sefer Yetzirah, o Libro de la Creación, texto de supuesto origen anterior, pero fijado y más aceptado entorno al S.XIII, y armonizado en el S.XVI con el propio Zohar, es otro de los textos claves de la cábala, donde se exponen los secretos revelados a Abraham por Dios.

La Cábala termina siendo, desde el punto de vista menos místico y más filosófico, incluso teosófico, una enumeración de virtudes en orden de importancia, relacionadas estrictamente con la idea de la perfección divina. Por ello obtuvo mucha atención y vertientes diversas de un pensamiento común o similar extrajeron de ella aquello que les resultaba paralelo, como el gnosticismo cristiano. Pero es asimismo una búsqueda de respuestas. Cuando éstas, de alguna forma, coinciden o se ven influidas por el mundo medieval musulmán y cristianos, incluso helénico, convertir la Cábala en algo complejo y oculto, a la par que étnico, fue un objetivo pobre pero unificador.

La Cábala ganó interés por parte de los propios judíos a raíz de su expulsión de España, donde el derrumbe social de la comunidad sólo podía comprenderse dentro de un plan divino estructurado y sostenible, algo semejante, por qué no, a lo que podía pensarse con la destrucción del Templo en el año 70. Pero a partir del S.XVIII, acaso por la inmersión en la cultura europea, la Cábala y su estudio cayeron un poco en un aparente olvido. Pero poco a poco, con el auge de los nacionalismos, el recuerdo del exilio, los planes de recolocación geográfica y el antisemitismo, la cábala vuelve a conformarse como parte de la cultura judía y reflejo de sus sufrimientos en un conjunto común del universo.

El estudio de la Torá desde el punto de vista cabalístico, junto al de las obras: que hemos mencionado más arriba, puede interpretarse de diversas maneras directamente (peshat), alegóricamente (remez), comparativa o vinculantemente (derash), y esotéricamente (sod).

La cábala, dirigida principalmente por el texto del Zohar, se centra en la existencia de un Infinito (En-Sof), existente desde siempre. No existe, por tanto, "la nada", sino que se trata de una supraexistencia. Existen, emanando del Infinito, diez sefirot ("emananciones") mediante las que se revela y manifiesta. No son emanaciones literales, sino cambios de voluntad. Existen, según el Sefer Yetzirah, 32 senderos de sabiduría, compuestos por las 10 esferas o sefirot emanadas y sus vínculos o senderos, que resultan ser las 22 letras del alfabeto hebreo, que baste, al tratarse de una introducción, el mencionarlas aquí: Aleph א, Beth ב, Guímel ג, Dálet ד, Hei ה, Vav ו, Zain ז, Jet ח, Teth ט, Yod י, Kaph כ, Lámed ל, Mem מ, Nun נ, Sámej ס, Ayín ע, Pei פ, Tzadi צ, Qoph ק, Reish ר, Shin ש y Tav ת.

De estas se dice que hay tres letras "madres" Aleph א, Men מ y Shin ש, que se corresponden a los tres elementos primordiales, el aire o "soplo" de Dios, es decir, el aliento vital, el fuego y el agua; existen siete letras "dobles" Beth ב, Guímel ג, Dálet ד, Kaph כ, Pei פ, Reish ר y Tav ת, que se asocian a los siete días de la semana y de la Creación mítica, o con los siete planetas astrológicos; y las doce letras restantes, ה ו ז ח ט י ל נ ס ע צ ק, con los meses del año, las constelaciones zodiacales o las doce tribus de Israel.

Existe a su vez una división cósmica, donde las tres letras madre se manifiestan en el Mundo, el Año/Tiempo, y el Hombre; las siete letras dobles, se corresponden a ciertos aspectos de las tres anteriores: en el Mundo, a los planetas, en el Año/Tiempo, a los días de la semana, y en el Hombre, a sus dos ojos, dos oídos, dos fosas nasales y su boca; las doce letras simples, en las constelaciones, los meses del año y doce partes del cuerpo: las manos y los pies -dos y dos-, los dos riñones, los intestinos, el hígados, el estómago, el bazo, la bilis y la garganta.

Estas relaciones fueron las que abrieron paso a un pensamiento más esotérico que místico religioso, y que conformaron una identidad propia de la cábala como herramienta mágica. No en vano, para muchos, la Cábala se inició como práctica mágica, hasta su abstracción filosófica, que, sin embargo, no hizo sino acentuar su carácter esotérico y el interés por el mismo fuera de sus círculos.

Las diez sefirot, organizadas en el árbol sefirótico o Árbol de la Vida, son las que se exponen a continuación:

La primera sefirá es Kéter, "la corona". Es el potencial, la energía, la voluntad. De esta voluntad surgen la segunda sefirá, Jojmá, "el conocimiento", de la que se dice que esta sabiduría, de algún modo, canaliza en En-Sof, el infinito, y lo distribuye por las sefirot, siendo principio masculino, y la tercera, Biná, "la comprensión", el proceso racional, siendo principio femenino. Estos tres sefirot componen el Triángulo indivisible, el Gran Rostro o Arik Anpin. Las siguientes sefirot son el Rostro Menor o Zeir Anpin, y entre ellos se halla un abismo que sólo puede cruzarse mediante una sefirá invisible, Daat, la conciencia, o según otros, consciencia: es, de alguna forma, la capacidad del hombre de trascender.

La cuarta es Jesed, o Gedulah, la misericordia, la grandeza; es la voluntad generosa. La quinta es Geburah, o Din, "la valentía", "el derecho", representa el poder. La sexta sefirá es Tiferet, "la belleza", pero entendida, casi a la manera del kósmos griego, como "el orden", ya que dentro del esquema del Árbol, conecta con cinco de las demás sefirot.

La séptima sefirá es Netsaj, "la victoria" "o "la eternidad", se entiende como la parte femenina de Dios, la polaridad, el sentimiento y las pasiones. Y Hod, la octava sefirá, "el esplendor", será, de alguna forma, su contraria, ya que implica el pensamiento controlado.

La novena sefirá es Yesod, "la fundación", refleja la luz de las sefirot superiores y se expone a Maljut, "el reinado", la décima sefirá, que recibe la influencia de las superiores pero tiene la capacidad de anularlas.

Las sefirot se muestran, principalmente, como atributos de Dios y su voluntad, que se vinculan en macrocosmos y microcosmos con el Mundo y el ser humano. Pero también se asociaron, como se vio anteriormente, con planetas y partes del cuerpo, así como con seres angélicos, como se verá en un futuro artículo. Otro punto más en común con tradiciones esotéricas externas que permitían la comparativa y el sincretismo.

Aunque la representación tradicional es la del árbol, existen muchos métodos para representar el cabalístico. Las formas geométricas en general dan mucho juego, pero quizás la que más haya sido la circunferencia, ya que permite realiza, de manera concéntrica y centrífuga, la concentración y expansión de la sefirot y la creación de los llamados cinco mundos (olám):

El primero es el Assiah, el mundo terrenal, donde tienen lugar los actos físicos. El segundo el Yetzirah, el mundo mental, astral. El tercero, el Beriah, el mundo de la Creación, de lo espiritual; el cuarto, el Atzilút, el mundo de lo divino, donde se encuentran las sefirot primordiales. Y por último, Adam Kadmón, el punto en que se encuentra la luz infinita (Or Ein Soft) y se manifiesta una interrelación con ella y el Infinito. Es el inicio de la Energía y de la Consciencia.

Hay quienes enumeran estos mundos a la inversa, teniendo en cuenta su magnificencia y su orden creacional. Sin embargo, en las representaciones circulares, el mundo Infinito es el círculo más cercano al centro y por tanto el menor, de modo que su importancia no se mide por su tamaño sino por su origen.

Cada una de estas letras tiene asociado un valor numérico que se utiliza en la gematría, como se verá más adelante: de Aleph a Yod suponen del uno al diez. De Kaph a Qoph, las decenas desde el 20 hasta el 100. Reish, Shin y Tav son 200, 300 y 400, y con un ligero cambio gráfico, Mem, Nun, Pei y Tazdi se corresponderían con 500, 600, 700 y 900.

Existen, para la interpretación, dos formas de análisis. El primero es más "doctrinal" -aunque, como ha podido comprobarse, no existe, debido a su mística, duda e incluso rechazo, una doctrina cabalística cerrada- , centrado en el análisis de textos o palabras del conjunto bíblico, que analiza eventos del mundo supralunar (el metafísico) y el sublunar (terrenal).

El segundo método, artificial y simbólico, es preferido por todos aquellos alejados de la cábala más tradicional y más centrada en el esoterismo. Aquí las letras del alfabeto hebreo, de textos concretos o más aleatoriamente, se disponen en un cuadro de manera que puedan leerse del derecho y del revés, vertical y horizontalmente, o con la técnica del bustrofedón - palabra proveniente del griego, donde el texto, al acabar en una línea, en lugar de regresar al inicio de la siguiente, continúa hacia abajo y en el orden inverso, como ocurría con las direcciones al arar los campos.

De estos textos se pueden extraer diversos mensajes siguiendo diversas técnicas. Las más comunes son la gematría o valor numérico de las letras - existente también en la escuela pitagórica -, mediante al cual conocer fechas, cantidades, gente...; el notaricón, o toma de las iniciales de las palabras para la creación de una nueva -no olvidemos que el hebreo carece de vocales, lo que posibilita esta creación y sus múltiples posibilidades interpretativas -; y la temurah, que altera y sustituye las letras siguiendo una "rueda" del alfabeto hebreo. La primera con la última del alfabeto, por ejemplo, o con la duodécima en sucesión, o con la precedente, etc.

Pero del mismo modo que existen las virtudes, existen también las debilidades, las imperfecciones. Estas reciben el nombre Qlifot, algo así como "cáscara" en hebreo, de donde se extrae el significado de lo superficial, lo vano, que ignora lo profundo. Existe, consecuentemente, un Árbol de la Muerte o el mal, cuyas ramas adoptan nombres de seres infernales. Éstas, en el ramaje del árbol, en lugar de perder "divinidad", ganan en impureza. Empero, continúan siendo parte de Dios y la creación.

Pietro Viktor Carracedo Ahumada - pietrocarracedo@gmail.com

Bibliografía:

-Saban, M.J. La cábala: la psicología del misticismo judío. Kairós, 2016
-Scholem, G. La cábala y su simbolismo. SXXI ed., México 2001
-Scholem G. Los orígenes de la cábala. Paidós Orientalia, Barcelona 2001

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