Magiología (V): el colonialismo de la visión europea

07.08.2022

En la última parte de esta serie (Magiología IV: la mentalidad mágica), tratamos, entre otros asuntos, cómo la magia podía percibirse desde la faceta creyente y desde la faceta de mero espectador, así como las visiones escépticas o las visiones generalistas donde se "intuye o sobreentiende" su eficacia o sus características. Hasta este momento hemos estado hablando, sobre todo, desde una perspectiva que ahonda en los estudios de magiología en el mundo medieval y de la Edad Moderna. Pero la Edad Moderna dará un paso político hacia la colonización que provocará una visión añadida, que es la magia y la religión foráneas, extranjeras, y de civilizaciones consideradas "inferiores" para el hombre occidental. De esta manera, la magia, que a finales del S.XVIII ha hecho el recorrido de la absoluta creencia medieval hacia la curiosidad y el escepticismo, salvo en los núcleos esotéricos, en la Edad Contemporánea encuentra culturas que le resultan desconocidas, y que se esfuerza en analizar desde su óptica ilustrada, asombrándose y asustándose a partes iguales ante lo que, hasta hace poco, eran rituales muy parecidos a los suyos.

En primer lugar, encontraremos que, ante las dudas que puedan general los choques culturales y los distintos politeísmos, se buscarán equilibrios morales para justificar tanto la aceptación como el rechazo. Por ejemplo, las distinciones entre religión y brujería, aún desconociendo las bases culturales, se harán, de un primer vistazo, evaluando como brujería lo que se considere arcaico, dañino o malo moralmente (véase, rituales que requieran sacrificios animales o humanos, figuras y muñecos de vudú, cuestiones sexuales), mientras que rezos, ofrendas incruentas o danzas se considerarán religiosas y positivas, que pueden redirigirse a la religión europea.

En segundo lugar, los occidentales sentirán agrado al toparse con un símil cultural: la persecución de la brujería. En todos los continentes, la brujería, al ser temida, es perseguida y castigada, unido a la indefensión y perversión de la figura de la mujer. Con todo, no en todas partes todo practicante de magia era perseguido, y el ejemplo más claro es el chamán, cuya principal función era el bienestar de su comunidad, ser un hombre-medicina y guía espiritual, el último bastión cuando los sacerdotes, miembros de la religión formal, no alcanzan a identificar el origen del mal; pues, normalmente, la religión achaca los males a una mala comunicación con los dioses, a un enfado de ellos... pero cuando tras arreglar los errores rituales o personales, el mal continúa, entonces se considera que hay otra fuerza externa dañando, es decir, la brujería. Contra la brujería, los sacerdotes prehispánicos no tenían tantas armas como las que podía tener el chamán, ni tampoco las tenían los sacerdotes cristianos.

La figura del chamán médico no se evaluaba tan negativamente como la del chamán que sabía deshacer hechizos, incluso si los hechizos estaban lanzados por otros, verdaderamente malintencionados. Mientras que siempre se valoraron ampliamente los conocimientos de herbología nativos, los anti-hechizos o remedios se miraban con recelo por parte de los europeos, pues si se sabe deshacerlos, es porque en primera instancia se conoce su praxis. Sin embargo, una característica del chamán es que nunca actúa para atacar, dañar o matar, si no es en defensa de su comunidad. Además, la figura chamánica se superponía en poder y creencia popular a la religión estatal, fuera esta la prehispánica o el cristianismo, y eso podía conllevar sublevaciones. El chamán, que vive aislado, que consume alucinógenos y realiza ritos extravagantes para los foráneos, y que además conoce asuntos mágicos, acaba encontrando su símil en la mente europea con el hechicero. Y por lo tanto, sus actos se criminalizan, el trabajo con espíritus y fuerzas naturales se demoniza, para desacreditarlos, y por tanto, que pierdan su influencia en las gentes (López Pereda, 2014)

En cuanto a las brujas, la asociación fue mucho más sencilla. No sólo porque resultaba mucho más sencillo encontrar las debilidades "del pecado" en la mujer, sino porque en el mundo chamánico, salvo excepciones, las mujeres también tenían cabida, ya fuera como médicas, como guías espirituales o a través de la mediumnidad. Además, se repetía el patrón de la mujer soltera, marginal o viuda que vendía sus conocimientos sobre hierbas a cambio de posición social y alguna ganancia. Por otra parte, la mujer que sabe de magia pero no era chamana no podía ser sino una bruja, y el hecho de que se acudiera a ellas sobre todo para cuestiones relacionadas con amarres de amor o venganzas no hacía sino sumar puntos a la comparativa con la bruja occidental. Mientras que el chamán no daña sin motivo, la bruja lo hace sin remordimiento y además cobra por ello.

Hay varios cambios sustanciales que tienen lugar a través del contacto con los europeos, y que podemos evaluar generalmente en América, África y Asia: por ejemplo, asociar los actos de las brujas a relaciones demoníacas, los juicios y confesiones (y extorsiones) a los sospechosos, y por otros lares, la ampliación del mercado de amuletos y talismanes contra la misma. Al final, no deja de tratarse de adaptaciones al gobierno de los europeos. Otros asuntos eran mucho más visuales: el canibalismo ritual fue automáticamente condenado y eliminado.

Empecemos por la América española. La llegada del cristianismo supone una alteración completa de la cosmovisión indígena. Pero las tradiciones pesan mucho y, en un momento dado, incluso la Inquisición comienza a hacer distinciones acerca de quiénes pueden ser considerados culpables del crimen de brujería y quienes no.

<< Se os advierte que, por virtud de nuestros poderes, no habéis de proceder contra los indios del dicho vuestro distrito, porque por ahora, hasta que otra cosa se ordene, es nuestra voluntad que sólo uséis de ellos contra los cristianos viejos y sus descendientes...>>

Historia de la Inquisición en España y América, 1984 (vol. I, p. 727)

Se consideraba, pues, que los actos heréticos de los indígenas americanos eran producto del desconocimiento de la religión "verdadera", o incluso que el demonio los inducía al error por ignorancia, y por lo tanto, no podía castigárseles, al no ser "pecadores conscientes". Esto fue un arma de doble filo porque, al no ser castigados, no hemos recibido muchos de sus testimonios ni descripciones de sus actos mágicos, perdiendo gran parte de la cultura mágica indígena. Por suerte conservamos un mínimo que nos ayuda a establecer un pensamiento general de la época, y que en la actualidad se está convirtiendo en una escalera para poder sacar a la luz la cultura prehispánica sepultada bajo el cristianismo. Por citar un ejemplo, es común la creencia de que el chamán, hechicero o bruja tenía la capacidad de la metamorfosis (siendo el ejemplo más conocido el nahual mejicano), así como la bilocación. También conocemos el uso del peyote como hierba mágica excepcional para todo uso, desde curas hasta adivinación. Y hablando de adivinación, aún a día de hoy en algunos entornos las habas o el maíz cumplen esta función.

Con el paso del tiempo las tradiciones se entremezclan y la visión española se impone, creando una mezcolanza curiosa: las figuras de maldición, extendidas a lo largo y ancho de todo el mundo, en América se realizaban mayoritariamente con maíz, pero en un rápido lapso de tiempo, por influencia española, se abandona el maíz y se hacen de cera, barro o metal, es decir, de materiales que se "derritan" en lugar de simplemente arder: es un cambio de mentalidad de destrucción de una persona. Otro es el caso de las salamancas. Tal y como pudo verse en el artículo de La Cueva de Salamanca, en América se extendió el uso de la palabra salamanca como cueva donde se practica magia o donde habita el demonio. Las cuevas, que siempre han sido lugares de hechicería, en tanto en cuanto son de difícil acceso, aisladas y permiten la reunión secreta de los practicantes, aunque también son lugares de contrabando y de fiestas clandestinas. Así, el grupo de personas que se reunía en una cueva para festejar, comer, beber y/o tener sexo alrededor de una fuente de luz (evidentemente necesaria en una gruta), fácilmente era identificado como un aquelarre. Tenemos testimonios, sobre todo de mujeres acusadas, que confesaban "pasar pruebas" para entrar en las grutas, tener que desnudarse, caminar a oscuras, y realizar el osculum obscenum con el demonio, o en su defecto un chivo que se convertiría en su demonio familiar. Claro que, en muchas zonas rurales, las cabras eran sustento y animales tan populares que la búsqueda del símil demoníaco resulta hasta irrisorio. El punto importante de este análisis radica en la necesidad de relacionar un acto clandestino y socialmente ilícito con la presencia demoníaca para poder tildarlo de brujería.

Para terminar con la América española, indicar que ciertamente la hechicería europea caló fácilmente entre los nativos, acaso por las semejanzas en el uso de hierbas o por presentar patrones similares. Por otra parte, las oraciones cristianas se convierten en los nuevos cánticos mágicos: << Aquí te ato y aquí te encanto, en nombre de la Virgen y del Espíritu Santo>> es sólo un ejemplo de las múltiples rúbricas que se realizaban tras hechizos con elementos mucho más nativos, como el uso de "huesos de sueño", disecar o utilizar partes de colibríes y zopilotes, hierbas mojadas en fluidos corporales envueltas en hilos de colores trenzados que llevar al cinturón, portar piedra imán como amuleto, o uso controlado de la famosa yagé o ayahuasca.

Respecto de Norteamérica, la práctica ausencia de mestizaje y el rápido exterminio no han dejado mucho más que el recuerdo de aquellos que acabaron en reservas. Incluso aunque en Canadá la situación de los nativos actualmente es mucho más esperanzadora, no así para todas las tradiciones que se perdieron por el camino. Apenas conservamos cuestiones espirituales y de chamanismo, pero hasta qué punto algo era magia o religión, espíritus o malos deseos, para estos pueblos, sólo podemos deducirlo de las versiones de tradición oral y de las comparativas actuales. Podemos encontrar muchos hechizos y conjuros que dicen ser originarios de los nativos norteamericanos, pero lo cierto es que de su praxis podemos deducir que solamente son transposiciones con buena voluntad de la brujería occidental moderna.

En Australia ocurrió algo parecido. Siendo primero un destino para "prisioneros", cuando se empezaron a encontrar recursos valiosos, se convirtió en un destino para gente que buscara nuevos comienzos, produciéndose un avance británico rapidísimo. Repitiendo el patrón de los nativos norteamericanos, tras las guerras y la escasez de recursos, los aborígenes acabaron en reservas, en grupos reducidos y perdiendo gran parte de su identidad cultural. De su "brujería" conservamos exclusivamente testimonios de los antropólogos y aquellos conservados en la memoria colectiva. Conocemos a los bunjil (hechiceros) y sus diversos conjuros, buenos y malos, así como su espiritualidad totémica. Pero no quedaron demasiados vestigios de los miedos o interpretaciones que hubiera de las creencias de uno u otro lado. Tenemos pruebas de que en las primeras casa coloniales se grababan en puertas y piedra hexafolios (flores de seis pétalos), cruces y otras "marcas de brujas" para defenderse de las mismas, además de animales pequeños y ropa emparedada. En lo que respecta a los aborígenes, los temores hacia los británicos eran más por la invasión, la guerra y las limitaciones de alimento y zonas de caza que por las creencias, que eran mayoritariamente cristianas y precisamente anti-brujería. Finalmente, lo que más sobrevivió fue la medicina chamánica y las purificaciones e iniciaciones espirituales como marcas identitarias.

En el África subsahariana la situación colonial fue bastante distinta, ya que, para empezar, no hubo intención evangelizadora ni de mestizaje. Los europeos (franceses, ingleses, belgas, portugueses, españoles, italianos, alemanes...) se dedicaron más a la explotación, venta de esclavos y comercio en general que a la creación de una sociedad "a la manera blanca", salvo en lo que se refería a sus propios habitáculos. Ello no impidió que las imágenes de la religiosidad africana y su brujería también chocaran brutalmente. En África, al contrario que en América, no hubo esa sensación de "indefensión moral" de los africanos ante la "religión verdadera", por dos motivos principales: el primero, que en gran parte compartían una visión islámica, ya que en el norte de África era la religión predominante y a su vez, las tradiciones populares árabes compartían mucho de las religiones africanas y asiáticas (véase, por ejemplo, la creencia en genios o djinn); además, el monoteísmo no resultaba descabellado en religiones politeístas en las que existía de por sí una divinidad múltiple y todopoderosa que habitaba en los cielos; el segundo motivo, porque existía previamente la noción de brujería en África, en cuanto a la creencia de que personas con malas intenciones podían causar males al pueblo, los animales, las cosechas, el clima... Existen, además, los conceptos de evú y ekong, entre otros, que definen "el mal" que entra en una persona, y que le inclina a realizar brujerías contra sus familiares, vecinos o conocidos.

Al contrario que lo que ocurrió en el mundo hispano, en el África subsahariana se impuso automáticamente un régimen racial, que precisamente la religión no se esforzó en equiparar. Dentro del régimen racial se incluían las ideas del "primitivo" y el "superior", visiones pseudocientíficas y racistas que perpetuaron la vulgarización de todo acto llevado a cabo por los africanos, incluyendo, por supuesto, sus religiones y sus sistemas de hechicería, que se veían como "espiritual e intelectualmente inferiores"; sin embargo, en el imaginario general aún prevalecían el miedo y la eficacia de las artes africanas, de manera que se evitaban a través de la comparación con la brujería europea, y mediante la aplicación de medidas coercitivas, como juicios, castigos, multas... en especial contra las pócimas e inhalaciones, consideradas drogas y venenos, así como contra aquellos ritos que incluían reuniones (previniendo sublevaciones) o cuestiones de sangre.

Existieron cazadores de brujas tanto entre los militares como entre los misioneros, y muchas costumbres y tradiciones africanas pasaron a considerarse brujería. Los trabajos de etnografía han recopilado las medidas que adoptaron los mismos africanos, por ejemplo, la extensión de la vigilancia en los cementerios, por la popularidad de la magia con huesos, ya no sólo en rituales, sino en adivinación: los huesos solían ser de animales en la magia tradicional, pero para rituales más potentes y mayoritariamente malignos, los huesos humanos son (como en la mayoría de culturas) de gran valor. Los brebajes protectores y revitalizantes eran muy populares, junto con los amuletos, y su uso era a menudo conjunto cuando se entendía que el malestar era a causa de un acto de brujería, pero las recetas hubieron de cambiar y los brebajes pasaron a ser exclusivamente medicina, sin acompañarse de ninguna prescripción mágica, al menos, de manera pública. Los cuernos o colmillos, que siempre habían sido un adorno y amuleto protector, positivo, pasaron a considerarse sospechoso y posteriormente su simple posesión podía ser una prueba de brujería. A este respecto se extendieron métodos de identificación de brujas, mediante el uso de espejos que captaban de manera distinta los espíritus, o bebidas especiales (mucapi o mwafi, según la región) que permitían detectar quién era el practicante de brujería, normalmente por provocar una reacción negativa en quien lo consumía. Existían creencias sobre características físicas propias de las brujas, como el mangu de los Azande, una particularidad física variable que se encontraba en el estómago de las personas que lo heredaban. Irónicamente, se acudía a mungoma, adivinos, para detectar si una situación era producto de hechicería o no, y a los nganga, hombres-medicina, para la adquisición de amuletos o expiaciones rituales.

En India, la brujería también era perseguida anteriormente, como parte del pensamiento de la gente del campo que sufría distintas plagas y problemas que comprometían su supervivencia. Matar a la bruja que afectaba a los campos - fuera niña, joven, mujer casada o anciana- era algo que por desgracia a día de hoy continúa en las zonas rurales. En los testimonios que hemos recibido se puede comprobar que los juicios de los británicos eran asistidos por un bhopa o cazador de brujas local. La forma de extraer las confesiones no se distanció en crueldad de la que ya había: la más habitual, atar a la bruja a un árbol, a veces del revés, y golpearla o quemarla con fuego o aceite hirviendo, hasta que confesara. También como prevención de hechizos se aplicaba guindilla en los ojos de la supuesta bruja. Los británicos no se sorprendieron de algo que encontraban paralelo a la brujería occidental por su consideración de "malvada", y al tratarse de casos puntuales en las zonas más rurales, nunca llegaron a intervenir, y ello en parte propiciaba que los ataques a brujas en el campo se consideraran parte de la "limpieza de brujería" que los británicos instaurarían. En otros entornos, la brujería relacionada con la salud o con pócimas amorosas tenía otros riesgos pero también muchas más ventajas, entre ellas, ser más codiciados y respetados, y también desarrollarse en ambientes más urbanos o considerados sagrados. En cualquier caso, como ya se ha dicho, sí que se realizaron controles anti-brujería, no sólo por cuestiones religiosas o morales, sino también políticas. El colonialismo no fue tan impecable como trata de presentarse. Aparte de diversas revoluciones, sobre todo campesinas - pues el sistema de castas, de alguna forma, dejaba fuera al extranjero, pero lo equiparaba a las castas superiores - fue curioso el asombro de los británicos cuando comprobaron que la música, las joyas, los colores, las danzas... que todo ello podía ser un símbolo con un mensaje profundo que se entendía en una y otra punta. Carrier (1992) recoge el uso del telsindur, una mezcla de bermellón y aceite que pasó de usarse para solicitar bendiciones divinas a ser una marca de los insurgentes, y por lo tanto, un material perseguido. Entre las prácticas previas encontramos la adivinación, astrología, rituales y amuletos. Existían exorcismos y prácticas médicas. Puede concluirse que en el mundo del esoterismo, el yoga, la meditación y sobre todo la magia como prestidigitación (encantadores de serpientes, escaladores de cuerdas, faquires...) llamaron mucho más la atención, y la visión de la magia y brujería tradicional no se vieron alterados.

En Oceanía y el Sudeste Asiático la brujería y la magia autóctonas estaban ya de por sí mezcladas con la cultura islámica e hinduista. Las persecuciones de estas religiones hacia los actos de brujería provocaron que la llegada de europeos con cristianismo, o de los japoneses sobre todo con budismo, no causase un cambio sustancial. Por otro lado, incluso a día de hoy lo que parece más temido y extendido es la magia negra o ilmu hitam, como la llaman en Indonesia. La creencia en lo sobrenatural siempre ha estado presente, y se mantuvo a través de la tradición oral y los dukun, chamanes que son los encargados principales de hacer frente a tales fuerzas a través de la creación de amuletos, cuidados medicinales, visiones proféticas o adivinaciones, así como ofrendas a divinidades y variados hechizos o encantamientos. Animados por las ideas coloniales, la persecución de los dukun como posibles hechiceros de magia negra tuvo varias oleadas con consecuencias nefastas, sin embargo, muchas de estas se producían como consecuencia de fraudes o abusos económicos o sexuales de falsos dukun que se aprovechaban de las gentes rurales o supersticiosas en exceso. Curiosamente este tipo de crímenes siempre se vincularon con dukun masculinos. Las dukun femeninas se encargaban de actos relacionados con las mujeres, como dolores o problemas menstruales, fertilidad, o trabajando como parteras, es decir, en situaciones tabú en las que se prefería no intervenir.

Las afectaciones de brujería en Indonesia, por otra parte, se basaban (y basan) mayoritariamente en la idea de contagio y de "envío de espíritus", mal de ojo, etc., incluso de manera inintencionada, por lo que las estipulaciones de magia ritual a la manera occidental tampoco combinaban demasiado con el pensamiento existente; por el contrario, la magia negra sí requería un ritual más convencional que hacía más fácil la comparativa y por tanto el rechazo, la persecución y el castigo, así como la aceptación por parte de los invasores. La pena capital por brujería se presentaba incluso más aceptable si se trataba de alguien en la categoría de esclavo o de clase baja, algo que para los indígenas resultaba "evidente", pues eran estos quienes se valían de las artimañas mágicas para dañar a los amos y las clases superiores. Por desgracia, mientras que algunas zonas, como Java o Madura, mantuvieron, de alguna forma, unas leyes propias tradicionales (adat), en otras zonas como Nueva Guinea, todos los actos mágicos que conllevaban muerte (animal o humana), o alguna clase de difamación o intento de la misma, acababan siendo juzgados bajo las leyes coloniales por estos motivos, y no como brujería, por lo que en ambos casos hemos perdido mucha información acerca de rituales concretos, penas impuestas o acusaciones.

Algo que no se tuvo en cuenta entonces, y de lo que todavía se habla poco, es de cómo se vivieron estas transformaciones desde dentro. Los invasores también fueron vistos como brujos por los distintos indígenas.

Guha (1994), cuenta también que se extendió en la revuelta de los cipayos, algo posterior (1875) el rumor de que los británicos contaminaban a los indios a través de moler huesos en el aceite, la harina y la sal que luego se vendía controladamente en los bazares. Se extendieron también los profetas y adivinos que pronosticaban la caída de los invasores, por lo que se convirtieron en personas non gratas a las que perseguir, y de los que los propios indios también podían desconfiar.

En Hagen (Papúa Nueva Guinea) existía previamente la leyenda de los kôm, unos seres piedra-pájaros que se meten en los cuerpos de la gente entrando por sus bocas mientras duermen, anidan en ellos y les producen innumerables deseos, mientras se alimenta de la energía vital. Estas piedras podían ser domesticadas y hechizadas para conjurar a los individuos a los que uno mismo deseara el mal, y nacían de cadáveres hechizados arrojados a los ríos. En especial las mujeres eran muy doctas en cómo brindar a estas piedras la energía suficiente para alcanzar su nuevo-objetivo hogar y alimentarse de su víctima, mientras cambiaba radicalmente su actitud, dejándose llevar por deseos banales como el hambre, el sexo o el antojo. Pues bien, con la llegada de los extranjeros, su origen místico pasó a ser el cuerpo de los forasteros, los cuales estaban cargados de gula, lujuria, avaricia. Una gran metáfora de la explotación de tierras y personas. También causaron temores los cementerios cristianos, tan alejados de los enterramientos familiares tradicionales, pues se pensaba que así se ayudaba a los brujos a conseguir cadáveres. El cristianismo además se fusionó con las profecías autóctonas sobre el fin de los tiempos, y el temor a la destrucción, la violencia y la brujería eran "claras señales de su proximidad".

Incluso en la historia más reciente, encontramos ejemplos que nos pueden sacar una sonrisa, a pesar de causar verdadero pavor entre sus gentes. White (2000) realizó un muy interesante análisis acerca de la visión vampírica de los europeos por parte de los africanos. Considerando que buscaban robarles su vitalidad, surgieron rumores entorno a que los camiones de médicos y bomberos, en los que normalmente se realizaban tratamientos que implicaban la sangre, en realidad eran de subordinados de los blancos, que vendían la sangre africana a los europeos. Esta práctica se denominaba mumiani, que en swahili significa "momia", es decir, un cuerpo seco. Los nativos no confiaban en los servicios públicos coloniales, y al igual que la brujería europea consideraba terrible el uso de sangre humana, también para ellos la sangre tenía esa misma connotación. También eran llamados vampiros, pues veían en las jeringuillas una forma elegante de extraer la sangre.

Algo parecido ocurrió también en Papúa Nueva Guinea, donde los blancos durante un tiempo fueron llamados "espíritus", y donde bomberos y policías vestían de rojo y conducían vehículos rojos, y que en casos de emergencia, funcionaban como ambulancias. Tanto más tenebrosos se volvieron cuando realizaban rondas nocturnas. Aquí a los policías se los llamaba pren-kros, "amigos enfadados" (friend o plain (por la ropa) crossed), es decir, que aparentaban ser amigables para convencerte y llevarte a un hospital, después de todo, regentado por los blancos y del que no sabías si saldrías. Analicemos también que el uso de correas en las camillas era mucho más común que hora, así como para detectar ciertas enfermedades se realizaban sí o sí análisis de sangre, al ser lo más rápido e infalible.

En Australia y América, la aculturación del continente por los europeos fue demasiado temprana como para que los temores a una brujería ya preconcebida se manifestaran abiertamente. Y puede decirse que, pese al cristianismo, las tradiciones y supersticiones mágicas sobreviven y se compaginan sin mayores temores, con la excepción de los grupos radicales, como los que en 2019, por ejemplo, protagonizaron una ola de quema de objetos religiosos australianos por considerarlos "satánicos", incluso siendo algunos de los participantes aborígenes conversos. También se puede comprobar que la brujería ha sido, en ocasiones, la excusa presentada para defender la imagen del occidental superior frente a los "temores ilógicos". No hace muchos años, en Brasil (Scheper-Hughes, 1996), ocurrió algo parecido los ejemplos expuestos sobre médicos, evitando la hospitalización por miedo al robo de órganos, sin connotación brujeril de por medio. Pero en Haití, no obstante, surgieron rumores de que el terremoto del verano de 2021 era consecuencia del "exceso" de brujería y vudú en la isla.

Pietro V. Carracedo Ahumada - pietrocarracedo@gmail.com

Bibliografía:
-Bowen, J.R., Sorcery and Law in Indonesia. - Watson, C. W.; Ellen, R. F. Understanding Witchcraft and Sorcery in Southeast Asia. University of Hawaii Press, 1993.
-Farberman, J. Las salamancas mestizas: de las religiones indígenas a la hechicería colonial. Santiago del Estero, siglo XVIII. Memoria Americana, 2005 -
 Stewart, P.J., Strathern, A; Brujería, hechicería, rumores y habladurías. Ediciones AKAL, 2008

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